Debido a la pendiente del terreno, que se vuelca hacia unas vistas impresionantes, y por coincidir su acceso por la cota más elevada, el proyecto surge como un puente hacia el paisaje lejano.

La entrada a la parcela está cubierta con una pérgola que confunde sus pilares con los troncos del frondoso jardín. El camino hacia la vivienda es un paseo que la atraviesa y que enmarca el horizonte. En la primera aproximación a la casa, ésta está acabada con sillares de piedra y carpintería de madera. Conforme nos adentramos en ella y nos separamos del jardín, la vivienda se construye con carpinterías de hierro, hormigones pulidos, piedras abujardadas, carpinterías de aluminio, hasta que, por último, la casa llega a desmaterializarse. El último metro de esta casa mirador está construido con un suelo y barandillas de vidrio.

Consecuentemente, el usuario experimenta un cambio paulatino de relaciones con la naturaleza: desde su experiencia táctil con los árboles, que llegan a conformar una primera arquitectura; hasta alcanzar el grado de relación olfativa y visual con el paisaje.

Las estancias de la vivienda se sitúan en la cota de acceso, a ambos lados del paseo, siguiendo un orden de privacidad de estancias. En el sótano se disponen el garaje y trasteros, conectados con una escalera a la vivienda.